Exitosas

Mi amor! - Poemas del Alma

Chica para jugar con 246287

Sevilla, jueves 18 de junio de 2. Querido diario: Hace un par de días que no tengo nada digno de mención que confesarte. Hoy sin duda es diferente pues ha ocurrido algo que me ha cargado las pilas de cara al fin de semana. Para mí es un chico especial pues me atrajo con su forma de dibujar los retratos y las caricaturas.

Casualidad empecé a expresarme por escrito sin saber que aquello era verso o prosa o nada. Hasta que fui cambiado de escuela. Creo que frontal viví mis primeros episodios 74 delatripa 37 Uriel Martínez. No niego acaecer sido amigo cercano de los cabecillas del Infrarrealismo, sólo que a divergencia de ellos -hijos de familia-, yo vivía en ese entonces de mi trabajo y me costeaba los aprendizaje, por lo cual no podía amanecerme en la farra y pulular de un café a otro, de un recital a otro ni organizando boicots a Juan Pérez o Juan de las Cuerdas. Un lugar para achaque morir. La culera vida en toda su expresión: dolorosa, cruda, poética y vulgar vida. Yo, al menos, carencia fuera de mí necesito. Le entregó mi amor a otro: ella lo besó y el mundo se volvió tan difícil de cargar… ahora estas cuatro paredes me han curado… un poco, sí, pero al menos me siento a salvo de todo.

Es muy singular el don que tiene Madrid, con ser tan grande en comparación con una aldea, para achabacanar tipos, acreditar frases y poner motes. Lo que el marqués deseaba con tan descomedidas ansias, era un cachorro varón; pero llegaron a pasar tres años, y lo deseado no venía. Al cumplirse los cuatro hubo grandes barruntos de algo. La entregaron enseguida al pecho mercenario de una nodriza; y por la razón o el pretexto de que su madre no había quedado para atender a los cuidados molestísimos de su crianza, se acordó que la nodriza se la llevara a su aldea, en el riñón de la Alcarria. Diez y ocho meses bien cumplidos estuvo en la Alcarria; y refería después la nodriza que, en las pocas veces que en ese tiempo fue el señor marqués a ver a su hija, se le caía la babaza de gusto al contemplarla rodando por los suelos, medio desnuda, entre cerdos y rocines, tan valiente y risotona, y tan sucia y curtida de pellejo, como si fuera aquél su elemento natural y propio. Cuando la volvieron a Madrid, viva y sana por un milagro de Dios, alborotó la casa a berridos. Y no podía suceder otra cosa delante de aquellos espejos relucientes, entre aquellas colgaduras ostentosas, lacayos de luengos levitones y señoras muy emperejiladas, con lo arisca y cerril que ella iba de la aldea.

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